El arte del siglo XXI es un prisma cuyas caras reflejan visiones de la vida. Los artistas crean, definen y pulen estas caras hasta convertirlas en espejos en los cuales se mira el ser humano. Una de las tendencias más fascinantes de este momento en la historia del arte es la abstracción, que pretende ir más allá de la mera recreación de un espacio, un rostro o una figura: se trata de representar pensamientos.
Patricia Arriola es una artista plástica comprometida con el tiempo que le tocó vivir. Ella se ha decantado por el abstracto como lenguaje propio. En cada una de sus obras, con pinceles y colores traza un mapa mental, una ruta de navegación que nos lleva a la reflexión para comprender la poliédrica realidad contemporánea.
Con una sólida formación y un lenguaje propio en la pintura y el grabado, Patricia Arriola ha logrado escudriñar el alma del habitante de las enormes ciudades de hoy en día. Son urbes que no duermen nunca, hogares de millones de personas cuya vertiginosa actividad palpita al ritmo de un corazón colectivo.
Con múltiples herramientas y un oficio logrado a base de experimentar diversas técnicas, Arriola penetra en el soporte para sostener su propuesta estética, que se aprecia desde lejos como un paisaje cuajado de matices. La mirada cercana ve surgir formas que hablan de energía e inteligencia.
Ávida lectora, la artista busca entre líneas la respuestas a las grandes interrogantes de la existencia. Su obra está vinculada con la memoria colectiva, pretende reunir en trazos y pinceladas la fuerza que impulsa el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Al mismo tiempo, conserva la belleza que ha llevado a pueblos enteros a crear museos, pirámides y ciudades que rinden culto a la estética para hacer del tránsito por el mundo un tiempo más gozoso.
Alessandro Baricco, autor italiano reconocido por sus novelas Seda y Tierras de cristal, ofrece a la artista mexicana una reflexión sobre la felicidad provocada por la visión de una obra de arte. Eso pretenden las obras de Patricia Arriola: mover los hilos interiores de quienes las miran, para crear un río de emociones que fluyan hacia el vacío y lo llenen con una espléndida cascada. Por experimentar esa sensación, vale la pena vivir.
Maestra Araceli Ardón
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